Fantasmagórica, sí, sí, esa fue la palabra que usó. Tan inventada como vulgar y efectiva. Tan poco científica y precisa. Todos tenemos nuestros fantasmas, esos lugares comunes que nos duelen pero que nos dan seguridad. Esa repetición odiosa y placentera. Esas certezas tan profundamente arraigada por la que mediamos el mundo. Desde ellas lo vivimos y lo sentimos, a partir de ellas lo transitamos, lo sufrimos. Son en ellos (los fantasmas digo) en donde buscamos explicaciones como puntos de apoyos, como justificación a nuestros miedos.
Y son tan astutos (los fantasmas claro) que se esconden y se disfrazan. Cobran distintas esencias y dimensiones. Se desdibujan, se mezclan, se confunden y muchas veces se esconden que es lo peor. Simulan que no están ahí, desaparecen por un rato para aparecer luego con más fuerza, más sólidos, más enteros. Pero están, siempre están, porque son nuestro tamiz, nuestras herramientas para interpretar la realidad. Pero no son innatos (aunque a veces sea mas fácil basarnos en el recurso de la naturalización, porque de ese modo nos desligamos de la responsabilidad de modificarlos, no hay que perder de vista que no lo son) son siempre construcciones, creaciones a partir de experiencias, de momentos, de cosas que nos pasaron.
¿Entonces son buenos o malos? No, No, acá en este espacio olvidémonos de esas categorías. No sirven, no aportan. Son y eso es lo que vale, lo que importa. ¿Y que hacemos con ellos entonces? Reconocerlos en principio. Visualizarlos. Ignorarlos seria el peor error. Ya lo dijo una profesora de Sociología, no impugnemos lo que no nos gusta. Al contrario analicémoslo mas, tratemos de entenderlo, busquémosle explicaciones, sentidos, veamos su complejidad.
Y son tan astutos (los fantasmas claro) que se esconden y se disfrazan. Cobran distintas esencias y dimensiones. Se desdibujan, se mezclan, se confunden y muchas veces se esconden que es lo peor. Simulan que no están ahí, desaparecen por un rato para aparecer luego con más fuerza, más sólidos, más enteros. Pero están, siempre están, porque son nuestro tamiz, nuestras herramientas para interpretar la realidad. Pero no son innatos (aunque a veces sea mas fácil basarnos en el recurso de la naturalización, porque de ese modo nos desligamos de la responsabilidad de modificarlos, no hay que perder de vista que no lo son) son siempre construcciones, creaciones a partir de experiencias, de momentos, de cosas que nos pasaron.
¿Entonces son buenos o malos? No, No, acá en este espacio olvidémonos de esas categorías. No sirven, no aportan. Son y eso es lo que vale, lo que importa. ¿Y que hacemos con ellos entonces? Reconocerlos en principio. Visualizarlos. Ignorarlos seria el peor error. Ya lo dijo una profesora de Sociología, no impugnemos lo que no nos gusta. Al contrario analicémoslo mas, tratemos de entenderlo, busquémosle explicaciones, sentidos, veamos su complejidad.
Volviendo entonces, no los corramos a un lado. Tampoco pretendamos que desaparezcan por completo, como si nunca hubiesen existido, no hay que ser tan egoísta e injustos, mal o bien hicimos muchas cosas gracias a ellos (Cuántas veces fueron nuestras respuestas, cuántos vacios llenaron)
Pará, pará, esto es muy complicado, muy enroscado, No me queda claro entonces ¿que hacer? Eso justamente es lo que hay que hacer. ¿Qué? Eso… Eso ¿qué? Preguntarnos por ellos, cuestionarlos, re-conocerlos, verlos, asumirlos como parte de uno. Aprender a distinguirlos y saber cuando estamos escuchando, mirando y sintiendo a partir de ellos y cuando los corremos. Elegirlos, ver cuales son funcionales al cuentito que nos armamos y cuales nos hacen mal, porque no matizan, cegan. No amortiguan directamente bloquean.
Ya sé, es como cuando caemos que uno en realidad a veces escucha, ve o siente lo que quiere, lo que quiere que sea, no exactamente porque le guste si no porque es un lugar cómodo y seguro, no es lindo pero es tranquilo (citando a una amiga tal vez el malentendido resida en creer que la vida puede ser serenidad). Claro algo así, digamos que de lo que se trata es de hacer consiente lo inconsciente.
Pará, pará, esto es muy complicado, muy enroscado, No me queda claro entonces ¿que hacer? Eso justamente es lo que hay que hacer. ¿Qué? Eso… Eso ¿qué? Preguntarnos por ellos, cuestionarlos, re-conocerlos, verlos, asumirlos como parte de uno. Aprender a distinguirlos y saber cuando estamos escuchando, mirando y sintiendo a partir de ellos y cuando los corremos. Elegirlos, ver cuales son funcionales al cuentito que nos armamos y cuales nos hacen mal, porque no matizan, cegan. No amortiguan directamente bloquean.
Ya sé, es como cuando caemos que uno en realidad a veces escucha, ve o siente lo que quiere, lo que quiere que sea, no exactamente porque le guste si no porque es un lugar cómodo y seguro, no es lindo pero es tranquilo (citando a una amiga tal vez el malentendido resida en creer que la vida puede ser serenidad). Claro algo así, digamos que de lo que se trata es de hacer consiente lo inconsciente.
¿Valió la pena entonces? Por supuesto, volvió la inspiración…